Lo genuino de las obras de arte es suscitar la emoción; no importa cual, si la violenta risa, la lánguida melancolía o el llanto desbaratador. Y cuantos juicios han vertido los estetas para explicárnoslas, de poco valen ante ese trastorno del ánimo.


Tal me sucedió la primera vez que contemplé sus figuras botánicas. Después, reparé que buena parte del prodigio se debía a lo insólito de los materiales —hojas, vainas, raíces…—; sin embargo, los materiales, como los juicios de los estetas, poco o nada decían por sí mismos, porque eran eso, componentes, por más estrafalarios o curiosos que me resultasen. Porque la gracia estaba en quién supo atisbarlos y recogerlos entre los fangos y las hojarascas de medio mundo, ponerlos sobre una mesa y mirarlos y remirarlos hasta que, uniendo este palo con aquella semilla, les infundió, casi soplando, como un alquimista antiguo o como el mismo Yavé del Génesis, su alma nueva, ésa que los ha tornado, para nuestro estupor, en obras de arte.


Ese raro recolector de brozas marchitas es Daniel Salorio y aquí les dejo para que se conmuevan con sus ánimas de la Naturaleza.



 
  Por Gastón Segura
11 de julio de 2013


 

 

 

Todo empieza con un encuentro.


Una inmensa hoja seca de ficus, lo suficientemente curva, sugiere el plumaje de un ave elástico y nervado. La voluptuosidad de una calabaza y dos cápsulas de bellota se convierten en el cuerpo antropomórfico de una Venus de la fertilidad. La raspa de un pez se adivina entre formas carnosas ya muertas de pitas y chumberas .


Lo que está muerto sigue vivo. Todo sigue un ciclo. Y la mirada del artista vuelve a dar vida a esa materia caduca, muy sutilmente, sin intervenir en su forma. La forma determina la personalidad de las imágenes que crea porque ninguna hoja, ningún palo, vaina o semilla son iguales entre sí. Así como la manera en que esos elementos se reencuentran.


Respetuosamente ensambla y el espectador va más allá y su mente no sólo ve fantásticas figuras zoomórficas sino también personalidades que resuenan en su interior y provocan ternura, risa, sorpresa...


El atributo de solemnidad no sólo lo da una regia cabeza astada sino la leve inclinación hacia delante de un cuerpo aterciopelado. Incluso cuando Daniel elimina todo rasgo identificativo y convierte la figura en una pura abstracción la imagen se hace todavía más sugerente. La tensión está creada. La expresividad se hace más directa. Dos semillas que montan una sobre otra es un acto de amor congelado en el tiempo…


Tras el encuentro Daniel Salorio reconvierte la naturaleza en un mundo animado irrepetible.



 
  Amaya de Toledo
15 de Julio 2013

 LA  MÁGICA  CREACIÓN  DE LA IMAGEN O  LA  ANIMACIÓN  DE LO YA NO ANIMADO

 

 

Todos los tiempos reflejan una respuesta humana y universal a la magia misteriosa de la creación de una imagen.

Se puede afirmar que la necesidad de crear una obra de arte indica que ésta no tiene por qué tener una función religiosa o ritual y un solo objetivo, sino la simple contemplación y observación de la naturaleza: su “mímesis”.

En otras palabras: la percepción de la naturaleza reflejada como arte.

Los escultores en la Grecia Clásica decían que sólo la naturaleza, y no el estilo de otro artista, es digna de imitación. Lo que pertenece a la esfera de la estética y al estilo de un artista que solo admite la naturaleza como modelo.

La valoración de su obra parece depender, hasta cierto punto, de la comparación entre la propia obra y la naturaleza, aunque la conexión sea a veces tan remota que no se perciba conscientemente.

Esta comparación actúa de forma que para hacer un objeto, figura o bicho, escoge partes de otros elementos naturales distintos y los incorpora a su obra.

Saca sus modelos de las formas vivas y las describe con gran originalidad dotándolas de fuerza y mucha vitalidad.

El concepto en que se basa su trabajo, de acuerdo con la teoría platónica del arte, es superar el modelo de la naturaleza y así, al superarla, consigue una “belleza  ideal” en la obra. Lo que en el pensamiento Occidental dio origen a la idea del artista como creador: un “alter deus“, el divino artista.

Se percibe en su obra un poder ilusorio que podía crear vida y movimiento como en la antigüedad clásica se decía del artista mítico. De esta manera, observando su interpretación de las figuras, hay una función "mágica" de la imagen en la que los efectos de la imaginación son tan potentes que un palo se convierte en un bailarín, las hojas y el musgo en un bicho, las conchas en caracol… Es el "don" de crear la apariencia de la realidad.

Solo queda que a esta verbena de músicos, bailarines, bichos y conchas, Daniel le dé el "soplo vital" como un creador de cosas vivas.

 
  CARMEN  SANCHEZ  RODRIGUEZ
Drª en Arte